jueves, 29 de marzo de 2007

Inquietud

Me inquieto.
Y lo detesto.
Lo más terrible es que no sé de dónde viene la inquietud.
Porqué surge.
A qué se refiere.

O, tal vez, lo peor de todo es que sí lo sé.
Y no lo acepto.
No puedo aceptarlo.

Me resisto.
De todos modos, aunque ese sea el punto de partida,
el fósforo que enciende la llama,
hay más.
Sé que hay más.

Fantasmas que se esconden detrás.
Que se asoman.
Primero tímidos, fugaces.
Después violentos, feroces.

Vienen a buscarme.
Buscan encontrarme.
¿Yo?
Les escapo.
Pero sé que es inútil.
Todo esfuerzo es vano.

Vienen por mí.

Saben dónde estoy.
Conocen las claves para atraparme.
Cada uno de los puntos débiles.
Cada temor.
Cada flaqueza.

Apuntan.
Golpean.
Reclaman gloria por lo que están haciendo.

Ya no sé dónde estoy.
Sólo me doy cuenta que no quiero estar más ahí.
No quiero volver a sentir eso.
(¿Inquietud era?)
Impulsos.
Vanos.
Reprimidos.
Entrecortados.

Angustia.

El cuerpo ya no siente.
Una voz me habla.
No logro reconocerla.

“Se terminó”, me dice.

No la comprendo.
No entiendo a qué se refiere.

“Se terminó”, repite.

Los párpados caen.
Pesadas persianas que se cierran.

La voz desliza en un susurro frío, seco, cerrado:
“Ya no sos nada”.

Y entonces…
el alivio.
Serenidad.
Tibieza.
La inquietud se fue.
Puede que al mismo lugar donde se fue mi alma.

1 comentario:

caja_de_zapatos dijo...

cuanta inspiracion nena
me gusta leerte
beso