jueves, 29 de marzo de 2007

Inquietud

Me inquieto.
Y lo detesto.
Lo más terrible es que no sé de dónde viene la inquietud.
Porqué surge.
A qué se refiere.

O, tal vez, lo peor de todo es que sí lo sé.
Y no lo acepto.
No puedo aceptarlo.

Me resisto.
De todos modos, aunque ese sea el punto de partida,
el fósforo que enciende la llama,
hay más.
Sé que hay más.

Fantasmas que se esconden detrás.
Que se asoman.
Primero tímidos, fugaces.
Después violentos, feroces.

Vienen a buscarme.
Buscan encontrarme.
¿Yo?
Les escapo.
Pero sé que es inútil.
Todo esfuerzo es vano.

Vienen por mí.

Saben dónde estoy.
Conocen las claves para atraparme.
Cada uno de los puntos débiles.
Cada temor.
Cada flaqueza.

Apuntan.
Golpean.
Reclaman gloria por lo que están haciendo.

Ya no sé dónde estoy.
Sólo me doy cuenta que no quiero estar más ahí.
No quiero volver a sentir eso.
(¿Inquietud era?)
Impulsos.
Vanos.
Reprimidos.
Entrecortados.

Angustia.

El cuerpo ya no siente.
Una voz me habla.
No logro reconocerla.

“Se terminó”, me dice.

No la comprendo.
No entiendo a qué se refiere.

“Se terminó”, repite.

Los párpados caen.
Pesadas persianas que se cierran.

La voz desliza en un susurro frío, seco, cerrado:
“Ya no sos nada”.

Y entonces…
el alivio.
Serenidad.
Tibieza.
La inquietud se fue.
Puede que al mismo lugar donde se fue mi alma.

Rodolfo


Fueron unos días especiales estos últimos, por un montón de cosas. Algunas de ellas tenían que ver con cuestiones de calendario. Siempre que llega marzo empieza a sentirse con inminencia la proximidad del 24 y el 25. Ese 25 este año era más especial que nunca. Se cumplían 30 años del asesinato de Rodolfo Walsh. Él es -los que me conocen lo saben- mi... no sé cómo ponerlo. No sé cómo expresarlo en palabras. Algo que jamás le hubiera ocurrido a él. Tal vez sea mi "eso", justamente, aquello que yo querría ser y nunca seré. Walsh es un modelo a seguir, aunque uno no sepa cómo hacerlo. Y que hoy no esté duele demasiado. No haberlo conocido. Que hagan 30 años que él está muerto y sólo 27 que yo estoy viva.

Una vez le dije a una amigo "Hay que filmar Esa mujer". Y lo que sigue es lo que acabo de escribirle:

Como siempre, como en todo, alguien me ganó de mano. Parece que corría el año 84, todo olía a democracia, y a canal 7 se le ocurrió hacer una adaptación para un unitario. No, Nahuel Pérez Biscayart todavía no había nacido, así que es Ricardito Darín el que se calza los lentes de amplios marcos e interroga "¿Dónde, coronel, dónde?".
Hay una nota al respecto -perfecta, envidiable- del Feinmann bueno en el suple de Radar. Al programa lo pasan los domingos 22 y 29 de abril y 6 de mayo, a las 19, en el Recoleta.
Ya me estoy comiendo los codos.

Y me los estoy comiendo, en serio.

Hay otras tantas notas memorables en el suplemento de Radar (¿cómo no mencionar a Bayer, otra vez explicándome el porqué de mi zona favorita?... ¿ustedes creen en alguna fuerza mística que nos acerque de alguna manera a los espacios donde haya quedado flotando la energía de personas que son nuestras?... Bayer habla primero de Walsh en Corrientes y Callao y ahora de Walsh en un bar de Corrientes y Uruguay... y yo no dejo de sorprenderme... de encontrar alguna explicación espiritual a mi preferencia por esas esquinas y esos bares... No creo en ninguna institución religiosa, ni en la salvación eterna, ni en el paraíso, pero creo en las personas. Y que una de las personas en las que más creo se haya movido tantas veces por esos lugares a los que me siento atraída constantemente no deja de resultarme agradablemente sorprendente).

Más adelante se vendrá algo sobre "la palabra justa", asunto recurrente en estas notas de Radar - interesante y preocupante, todo al mismo tiempo.

Y ahora los dejo con Feinmann.

Cuando Walsh estaba en la tele
Por José Pablo Feinmann
En 1984, en ATC, se daba un ciclo llamado “Cuentos para ver”. Eran adaptaciones de cuentos de autores argentinos hechas también por autores argentinos. Escritores que adaptaban a escritores. Tenían un elenco importante. Estaban Ricardo Darín, Arturo Maly, Inda Ledesma, Susú Pecoraro, Héctor Bidonde, todos así, buenos, eficaces actores. Una de las emisiones la dedicaron al cuento de Walsh “Esa mujer”. Lo adaptó Carlos Somigliana. Se abre una puerta y entra Darín. Dice: “Soy Walsh”. Walsh, luego, está en la sala del coronel, que le convida un whisky. Igual que en el cuento. Somigliana, con buen criterio dramático (que a él le sobraba), lleva la acción a otros ámbitos. Muestra la reunión en que le piden al coronel que se haga cargo del cadáver de “esa mujer”. Hay otros militares —de civil— en esa reunión. Uno propone tirar el cadáver al río. Otro, diluirlo en ácido. El coronel dice que la historia tiene importancia. Que no es posible quedar como monstruos ante ella. El que preside la reunión acuerda con él: “Hágase cargo”.
Arturo Maly hace la parte del coronel. Fuimos cercanos amigos con Arturo Maly. Escribí su necrológica en una contratapa de este diario. Se llamaba “Muerte de un gran actor desocupado”. Tres días antes de morir me había llamado para decirme que lo rajaban. Que no lo querían más en las tiras. Hacía años que se había colgado de las telenovelas. Incluso había viajado a Puerto Rico en busca de trabajo y, también ahí, había hecho telenovelas. Volvió y siguió haciéndolas. De tanto en tanto, una película. Una obra de teatro. Pero la tele le daba más guita. Y él quería vivir sin sobresaltos. Le gustaba lo que hacía y quería vivir de eso. Con los años, las partes que le tocaban y el deterioro de los sucesivos proyectos, siempre peores, progresivamente peores a partir de la menemización de la tele, lo fueron acostumbrando a no esperar nada bueno. A buscar lo bueno en otro lado: en el teatro, sobre todo. A veces, en el cine. Una noche estábamos comiendo. También estaba Patricio Contreras. Solíamos comer los tres. También Juan Cosín. “Club de Tobi”, le habíamos puesto a nuestro grupo de varones solitarios y conversadores. Tobi era, no hay por qué recordarlo, el amigo de la pequeña Lulú, una niñita de los dibujos animados y las revistas mejicanas de los cincuenta. Tobi y sus amiguitos se habían construido una cabañita y ahí se reunían. En la puerta de la cabañita, un cartel: “No se admiten mujeres”. Eran tiempos inocentes.
No sé cómo salió el tema. Creo que Patricio lo felicitó a Arturo por algo que había hecho en un unitario, en otra tira en que laburaba, y hacía de padre o de tío de alguna estrellita, que era, desde luego, la protagonista. Pero a Arturo siempre lo ponían porque daba lustre a la pavotada. También ponían a María Rosa Gallo. Una vez la escuché contar: “Los galancitos y las chicas no saben nada de actuación. ¡Pero se dan unos besos!”. Era ya pleno menemismo y la basura avanzaba, incontenible. Arturo le agradeció a Patricio y después, un poco sorpresivamente, dijo: “Yo hacía otras cosas en televisión”. Seguimos comiendo. Era una comida más. Nadie esperaba nada especial. Hablábamos de cine, de literatura o de política. Siempre puteábamos a Menem. Pero era una descarga inútil. Sabíamos que iba a ser eterno. O eso pensábamos, que es lo mismo. “Yo hice Walsh”, completó Arturo. Ahora sí: la cosa se puso pesada. Porque Arturo tenía los ojos con un brillo raro, como si tuviera lágrimas ahí, pero retenidas. Que no las quería largar, digo. “Yo hice ‘Esa mujer’”, dijo. “Hice el coronel”.
El coronel se hace cargo y busca el cadáver. El cadáver aparece sobre una larga mesa y uno no lo puede creer. Impresionante: es ella, es esa mujer. El coronel lo mira; la cámara se acerca a su cara. Arturo mira el cadáver y su máscara conmueve, está frente a la historia, frente al mito, frente a la reina de los humildes, del obrero que lo ayuda a clavar el cajón. “Ella hizo mucho por ustedes. Yo respeto las ideas. Yo la voy a enterrar como cristiana”, dice el coronel, que es Arturo. O sea, dice Arturo. Arturo tiene unas bolsas bajo los ojos, unas bolsas que ahora se le ven más que nunca porque soportan una mirada de piantado inconmensurable. El coronel está loco. Arturo también porque él es el coronel. Se le metió adentro y lo saca por los ojos, por el modo en que se para frente al ventanal, paranoico a rabiar, esperando, vigilando a los que, no duda, lo vigilan. Ya le pusieron una bomba y su hija quedó mal. Cuando Arturo se para junto al ventanal la cámara lo toma de perfil. Arturo alza la barbilla y hace un gesto desdeñoso con la boca. “Esos roñosos”, dice el coronel, dice Arturo, escribe Walsh. “Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada. A las cinco. Cambié tres veces de número de teléfono. Pero siempre lo averiguan.” El coronel suda. A Arturo le brilla la frente. Sigue bebiendo su whisky. Darín no se parece absolutamente en nada a Walsh, pero no importa. Tiene una dicción formidable, aquí, ya en 1984, cuando todavía no era “Darín”. Walsh le pregunta a Arturo: “¿El Viejo sabe?”. Arturo sonríe. Se le achican los ojos, muestra los dientes, gozoso o burlón. Arturo dice: “Cree que sabe”. Walsh se pone nervioso. Quiere el reportaje, fue para eso. Ahora, de pronto, Arturo está otra vez junto a ella, mirándola. Ella es perfecta. No sé cómo lo hicieron. Era 1984, no había efectos computarizados. No había nada. Las ganas de hacer un cuento de Walsh en la tele. Las ganas de que la tele no fuera solamente basura, una cloaca habitada por maleantes, por turritos de Arlt. Ella es tan perfecta que es ella. Ella es ella. Arturo la mira y tiene en los ojos un deslumbramiento, un metejón maligno. Se está enamorando de un cadáver. Walsh insiste: “Hay que escribirlo, publicarlo”. Arturo ni lo mira a Walsh. Se lo ve cansado, remoto. “Sí”, dice. “Algún día”. Algún día, se me ocurre, alguien hará algo con este material. Lo pulirá y, si tiene pelotas, lo va a pasar por Canal 7 para todo el país y todo el país va a ver qué tele se hacía en 1984, hace muchos años, cuando la democracia empezaba y todo iba a ser mejor. Cuando Somigliana adaptaba a Walsh, que se desespera cada vez más, que dice: “¿Dónde, coronel, dónde?”. Arturo, que se había sentado, se para. Qué actor, qué gran actor era Arturo Maly, y le hicieron hacer telenovelas y lo echaron porque tenía sesenta y dos años y le dijeron que estaba viejo y le dio un paro cardíaco en no sé qué hotel haciendo una gira con no sé qué obra. Ahora ni lo mira a Walsh. Lo ignora, se mete para adentro, se mira en su interior y nadie sabe qué ve. Pero casi seguro que la ve a ella, porque ella está ahí, se le hundió en las entrañas y lo está devorando, le come la cordura. Walsh piensa que si Arturo lo mira, que si el coronel lo mira, le va a preguntar: “¿Y usted quién es? ¿Qué hace aquí?”. Pero no. No se lo dice ni en el cuento de Walsh ni en la adaptación de Somigliana. Walsh, es cierto, cree que se lo va a decir pero no se lo dice. Arturo se aparta y queda abstraído, lejos. Walsh se va. Pero la voz de Arturo, como una revelación, lo alcanza. Porque el coronel, porque Arturo, simplemente, dice: “Es mía. Esa mujer es mía”.
—Puta madre —dice Arturo—, las cosas que hice en televisión y la mierda que hago ahora.
Sigue comiendo.

martes, 27 de marzo de 2007

Una peculiar situación de tránsito

"La tensión entre el pasado y el futuro propicia una peculiar situación de tránsito. El tiempo simula detenerse, los personajes flotan en una cierta indeterminación, sólo las certezas ineludibles de la edad y el paso de las estaciones concretan y precipitan el fluir de los días, de los meses, que se diría que tienden a coagularse en una rara inmovilidad".
Hoy en el tren empecé a leer La gaviota, de Anton Chéjov, en una de esas ediciones de las mesas de las librerías de Corrientes. En este caso, una gallega, de tapas duras, publicadas para la venta con un periódico. Este es un fragmento del prólogo, de un tal Álvaro del Amo. Se refería, obviamente, a la dramaturgia de Chéjov pero, sin saberlo, también hablaba de mí.
Acá estoy, en una situación de tránsito, en la tensión entre el pasado y el futuro, atorada en una rara inmovilidad.


...

Experimento.
No voy a hacerle caso a la gastroenteróloga. No voy a ir al psicólogo. No voy a tomar antidepresivos.
Busco respuestas en otros lados.
Escribo más que nunca.
Tomo clases de teatro (cuak).
Interrogo cosas nuevas.
Quise empezar un diario a fines de noviembre del año pasado. No prosperó. He aquí un nuevo intento, parecido pero diferente.
No sé si algún día voy a encontrarme.
Pero ahora por lo menos sé que me estoy buscando.